Noticias de Tecnología de la semana

Por: César León En: junio 26, 2020

1)La paradoja tecnológica de la igualdad de género: cuanto más igualitario es un país, menos mujeres estudian ciencias y tecnología

Nos dijeron que, en ciencia, las mujeres son iguales o mejores que los hombres y llevaban razón. Nos dijeron que las enormes diferencias de género en el mundo tecnológico no estaban justificadas por capacidad y llevaban razón. También nos dijeron que, si avanzábamos en igualdad entre hombres y mujeres, esas diferencias desaparecerían, pero en esto no llevaban razón.

Con los mejores datos disponibles en la mano, no parece que haya lugar a dudas: en los países con mayor igualdad de género (países con más oportunidades educativas y que promueven más el papel de las niñas en la ciencia y la tecnología) el número de mujeres que realizan estudios científicos es menor. Esto es un problema y no tenemos ni idea de cómo solucionarlo**.

¿Un problema?

Si entendemos las políticas de igualdad como un tipo de políticas industriales, es un problema que les afecta directamente. Si analizamos la base de datos internacional más actualizada sobre desempeño académico de los adolescentes, podemos comprobar que el número de mujeres que cursan estudios científicos o tecnológicos es muy inferior a las que, sobre el papel, podrían hacerlo. Esto ocurre en más de 60 países del mundo y significa que, en algún momento del desarrollo escolar, muchas mujeres se descuelgan de las carreras científicas.

En principio, a nivel social y económico, esto supone un problema en tanto que tenemos recursos humanos «desaprovechados». Es decir, podríamos tener mejores científicos y tecnólogos y nos los tenemos porque (por alguna razón) las mujeres deciden no dedicarse a ello.

¿Por qué ocurre esto?

Ese es corazón del asunto. Si dar más oportunidades educativas a las mujeres y promover su papel en el mundo de la ciencia y la tecnología, genera como resultado que haya menos mujeres en estos campos, ¿tienen sentido las políticas públicas de promoción (y feminización) de la ciencia? ¿No podrían tratarse de un medida que consigue lo contrario de lo que busca?

Gijsbert Stoet y David C. Geary han estudiado el tema con mucha profundidad y han encontrado un dato curioso: las diferencias relativas entre géneros aumentan en entornos igualitarios. Si nos fijamos en los resultados relativos en casi todos los países (menos en Rumanía y el Líbano) el mejor resultado de los niños es en ciencia, mientras que en el caso de las niñas los mejores resultados en son en lectura.

Como digo, estas diferencias son más grandes cuanto más igualitario es el país. Stoet y Geary creen que ahí puede estar parte de la explicación a la paradoja: los hombres pueden no ser mejores en ciencias en términos absolutos, pero sí se trata de lo que se les da mejor. Cosa que no ocurre con las mujeres cuyos mejores resultados son en lectura. Estas diferencias relativas pueden tener un papel más importante que las diferencias absolutas: no suele gustar más lo que se nos da mejor.

Para los autores, esto se combina con una menor presión socioeconómica hacia las ingenierías y las ciencias. Según los datos, los estados más igualitarios suelen ser «Estados de bienestar» con un alto nivel de seguridad social. Los estados menos igualitarios, añaden una presión extra a las mujeres para trabajar en disciplinas mejor pagadas (que suelen ser las científicas y tecnológicas). En los estados más igualitarios, pueden elegir libremente sin miedo a las consecuencias.

¿Un argumento contra las políticas de igualdad?

Parece una simple curiosidad estadística, pero esta paradoja se ha convertido en un argumento recurrente contra las políticas de promoción de la igualdad entre hombres y mujeres en el mundo científico y tecnológico. Para muchos, estos trabajos hacen evidente que las diferencias en los ámbitos sociales son producto de las diferencias entre las preferencias de las personas.

Es decir, a más libertad e igualdad los roles de género no desaparecerían, sino que se reforzarían. Pero lo cierto es que esta idea está muy lejos de estar demostrada. No tenemos una teoría precisa de cómo se crean esos roles y preferencias individuales. Por lo que lo razonable es no apresurarse a avalar ninguna hipótesis concreta.

De hecho, los autores anticipan la hipótesis contraria: que las políticas de igualdad lejos de ser inútiles, son claves para asegurar la libertad individual de las personas. Es decir, estamos ante un debate complejo que no hace más que constatar que la igualdad de género sigue siendo un tema lleno de paradojas.

2)La española que ha logrado retratar a la enzima de la inmortalidad

Lo ha vuelto a hacer. Eva Nogales fotografió por primera vez en 2016 el sistema CRISPR-Cas 9 de edición genómica. Ahora la agraciada ha sido la telomerasa, cuya estructura ha desvelado esta paparazzi de la biología celular. Una tarea de precisión que nadie había logrado ejecutar hasta la fecha. La dichosa ‘ enzima de la longevidad’ se ha resistido a cualquier intento por retratarla con una resolución decente, pero ha sucumbido a los encantos técnicos de Nogales y a un trabajo hecho con exquisito mimo.

La herramienta usada para esta minuciosa labor no ha sido una cámara, sino una técnica conocida como criomicroscopía electrónica que valió en 2017 el Premio Nobel de Química a Jacques Dubochet, Joachim Frank y Richard Henderson. Ellos sentaron las bases de este método, de cuya aplicación es pionera Nogales. «Comencé a trabajar con criomicroscopía a finales de los años 80, cuando aún estaba en su infancia», cuenta a XATAKA esta científica nacida en Madrid, que por entonces se encontraba en Reino Unido haciendo su doctorado. Ahora, Nogales dirige su propio laboratorio en la Universidad de California en Berkeley (EE.UU).

Durante todo este tiempo, la científica ha perfeccionado su abordaje de la técnica de la criomicroscopía electrónica, que ha empleado para estudiar muchos sistemas biológicos diferentes y conocer su estructura. «Entre ellos, los microtúbulos, que son una importante diana contra el cáncer», afirma Nogales. Es decir, una estructura a la que atacar para destruir las células cancerígenas. Ahora, Nogales protagoniza -junto con otras investigadoras asociadas también a Berkeley- un estudio de repercusión internacional publicado el miércoles en Nature.

Más allá de los límites
El foco del artículo son los telómeros: una repetición de secuencias de ADN que existe al final de cada cromosoma [estructuras que contienen la mayoría de la información genética de una persona] y lo protegen. Sin ellos -explica Nogales- las células pensarían que son cromosomas rotos que deben reparar y fusionaría unos con otros, «lo cual sería terrible». El problema es que cada vez que una célula se divide tiene que copiar el genoma – replicar el ADN- y, en este proceso, se van perdiendo trozos del final del cromosoma que no se copian. Esto provoca que los telómeros sean cada vez más cortos, hasta un punto en el que la célula se da cuenta de que algo no funciona y decide suicidarse o dejar de dividirse, lo que da lugar al envejecimiento.

El estudio de Nogales y sus colegas «proporciona una visión sin precedentes de cómo se organiza el complejo enzimático y establece un marco para el descubrimiento de fármacos», subraya Nature. Si bien se había ya conseguido alguna imagen de la estructura de la telomerasa, su resolución era muy pobre. En contraste, la lograda por las investigadoras de Berkeley es tres veces mejor, tomada a una escala por debajo de la nanométrica.

El problema era doble. Por una parte, la dificultad de aislar muchas copias de la telomerasa y conseguir aquellas que están activas. Por otra, la flexibilidad de la telomerasa, que dificulta conocer su estructura. Para sortear estas barreras, las investigadoras desarrollaron un procedimiento mejorado de purificación. «Necesitábamos dos cosas: mejorar la cantidad de telomerasa activa que éramos capaces de obtener y forzar los límites de lo que la criomicroscopía electrónica es capaz de hacer», explica. Y lo lograron.

De ahí la relevancia del estudio. «Los medios de comunicación no han parado de llamarnos en las últimas 24 horas», comenta. Y es que, en el ámbito científico, los telómeros son un tema candente por su relevancia para la biología celular, el envejecimiento humano, el desarrollo del cáncer, etc.. Y, hasta ahora nadie había sido capaz de obtener información sobre su estructura. «Este estudio ha traspasado muchos límites en lo que era técnicamente posible», afirma la española.

La investigación es también interesante por otros motivos, más allá de los telómeros. Nogales señala que, gracias a esta, se conoce un proceso no descrito nunca antes, que es extrapolable a otros sistemas biológicos y que es crítico, por ejemplo, en la regulación de la expresión génica o epigenética [lo que determina qué genes se expresan y cuáles no, y con ellos la capacidad humana para adaptarse al medio].

En qué se traduce esto
Una de las primeras cosas que se puede hacer una vez conocemos esas estructuras -explica Nogales- es mapear las mutaciones genéticas que fomentan el desarrollo de diferentes enfermedades dentro de la estructura de la telomerasa, lo que proporciona un mejor conocimiento de la razón por la cual esa mutación causa dicha enfermedad. «Esto es crítico para pensar sobre cómo tratar a los pacientes afectados», afirma.

El desarrollo de medicamentos dirigidos a un punto específico de la célula es otra aplicación fundamental de este hallazgo. «Conocer la estructura de la telomerasa como actor fundamental en la salud humana es un primer paso para el diseño de este tipo de fármacos», asegura la científica. Los usos posibles de estas medicinas son múltiples, empezando por el cáncer, ya que con ellas se evitaría la destrucción de células sanas que ocurre con los quimioterápicos actuales.

Por otra parte, son también interesantes tratamientos anticáncer contra la telomerasa. Como explica Nogales, esta enzima es la que hace que las células cancerígenas sean inmortales. Por ese motivo, la española señala que hay que ser precavidos en el la estrategia antienvejecimiento basada en telómeros, ya que tratar de convertir en inmortales en todas las células puede ser un arma de doble filo. «El cáncer no deja de ser una célula inmortal que ha perdido su identidad y se reproduce de forma descontrolada. Si la telomerasa fuera siempre funcional, podría facilitar su desarrollo. De alguna manera, hacer que los telómeros se acorten es una forma de mantener el medio seguro para tratar de impedirlo», explica.

La investigadora Mariana Castells, catedrática de la Escuela Médica de Harvard, señala otro ámbito de utilidad del estudio publicado en Nature: la clonación. El desconocimiento de la telomerasa -afirma Castells- fue uno de los motivos de la muerte temprana de la oveja Dolly. «En procesos de clonación hay que asegurarse de que los telómeros son funcionales, que están en buen estado», afirma Nogales, que reconoce no ser experta en este campo.

Ciencia multidisciplinar, y en femenino
Tampoco la telomerasa es el fuerte de Nogales, por eso se alió con otras científicas procedentes de diversos campos. «Este es un trabajo que no se podría haber hecho solo en el laboratorio de Katty Collins o en el mío», afirma. En su opinión, es una muestra de lo importante que la multidisciplinariedad en la investigación entre campos que son complementarios y que un laboratorio de forma aislada no puede realizar. Es un trabajo de años, que implica la colaboración de expertos en diferentes campos.

Nogales también destaca que las dos directoras de laboratorio y la investigadora joven que realizo la mayoría del trabajo (Kelly Nguyen) son todas mujeres. «No nos asusta el riesgo. Vemos algo importante y vamos a por ello, cueste lo que cueste», asegura. Esto -sostiene- da una idea de hacia dónde va la investigación: hacia la colaboración y hacia el liderazgo femenino en la ‘ciencia de riesgo’. «Las mujeres cada vez tenemos un papel más relevante en ciencia que es puntera, en la que las posibilidades de que algo no salga bien son muy grandes pero que, de hacerlo, tiene mucho impacto», sentencia.

Y, ya que hablamos de científicas pioneras y telomerasa, no podíamos dejar de mencionar a la española María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). En 2008, su grupo de investigación en el CNIO fue uno de los primeros en descubrir unos componentes teloméricos llamados Terra. Desde entonces, se han propuesto descifrar su función. Recientemente han dado importante paso en ello. Como muestra un estudio publicado este mismo mes en Nature Communications, los Terra juegan un papel decisivo en el ensamblaje de la heterocromatina telomérica. Es decir, que son importantes reguladores epigenéticos.

3)Una sola tecnología hizo más por los derechos de las mujeres que cualquier otra cosa: la bicicleta

«Para los hombres, la bicicleta fue un juguete nuevo, otra máquina para añadir en la larga lista de cacharros que tenían para trabajar o para jugar. Para las mujeres, fue un corcel con el que cabalgaban hacia un mundo nuevo».

Así hablaba sobre la bicicleta la revista norteamericana Munsey’s en 1896. Y forma parte de una de mis historias favoritas sobre la tecnología; una en la que se ve que la tecnología es, sobre todo, una forma de cambiar el mundo. Tecnologías tan sencillas como una simple bicicleta.

¿Bicicletas? ¿En serio estamos hablando de bicicletas?

No, las bicicletas no reivindicaron el sufragio exponiéndose personalmente en sociedades cerriles y machistas. No, las bicicletas no dedicaron horas y horas a enseñarle a las obreras las letras y los números para que pudieran reivindicar sus derechos.

Y no, por supuesto que no defendieron en reuniones, mítines y parlamentos la dignidad de un género que ya dejaba de ser, como reza aún en el diccionario, el «sexo débil». Pero, por más que leo sobre ello, no deja de sorprenderme el papel revolucionario que tuvieron las bicicletas en la liberación de la mujer.

No es cosa mía, claro. La frase que titula este artículo («nada ha hecho más por la liberación de la mujer que la bicicleta») la dijo Susan B. Anthony, una importantísima feminista y sufragista norteamericana, en una entrevista también en 1896. Repetirlo, aún hoy que tenemos todos los datos e historias que recogió Sue Macy en su libro, se me sigue haciendo raro. Pero quizás sea porque nunca me había fijado en los detalles.

La (lucha por la) libertad viaja sobre dos ruedas

na tecnología tan simple como la bicicleta (en un contexto social como el de finales del XIX) se convirtió en un elemento liberador en sí mismo que permitía salir de los acartonados salones de sociedad, buscar espacios propios y, sobre todo, experimentar la misma realidad de siempre de una forma nueva. La bicicleta cambió el mundo cambiándolas a ellas y haciéndolas despertar como lo que eran, ciudadanas.

Quizá el signo más claro de este cambio fue el uso de pantalones, un símbolo del poder masculino. Efectivamente, las bicicletas impulsaron lo que se conoció como «vestido racional», algo que no solo era casi tres kilos más ligero que los vestidos tradicionales, sino que llevaba incorporados pantalones bombachos para poder pedalear de forma, eso, más racional.

El debate social fue encendidísimo y surgieron voces que empezaron a preguntar en público si ‘hacer excursiones en bicicleta’ era un comportamiento propio de una dama o si su ‘falta de habilidades naturales’ no hacían que el uso femenino de la bici fuera un peligro.

  1. Charlotte Smith, de la Women’s Rescue League, escribió también en 1896: «La moda de andar en bicicleta que triunfa entre las mujeres jóvenes ha ayudado a aumentar las filas de chicas imprudentes. Algo que solo conseguirá crear un ejército permanente de mujeres marginadas». Argumentos que aún hoy se usan en países como Arabia Saudí para mantener a las mujeres alejadas del volante del coche.